EL PILAR DEL DUQUE




El 5 de marzo me dirigí a la confluencia de la Avda. Antonio Chacón y la calle Ronda del Pilar, donde se encuentra situado el que es conocido como el pilar más antiguo de Zafra.

El “pilar del duque” se encuentra situado frente a la cara este de la antigua lonja de contratación, actualmente Biblioteca Municipal de Zafra. 
Está compuesto por dos recipientes y un pilar. El primer recipiente y el más grande, es de forma rectangular, que por su tamaño era utilizado para el abrevadero del ganado. En su cara este justo en el centro, se halla el segundo recipiente, que viene a ser una octava parte del anterior, en forma cuadrada y elevado por encima del nivel del anterior, para el consumo humano. Justo en el centro del segundo recipiente, por su cara oriente se halla adosado un pilar cuadrado, rematado de forma piramidal y a su vez encumbrado por una figura circular de forja, adornado con volutas. Este remate piramidal a su vez está adornado por filas de lo que parecen pequeñas cabezas de ganado. 
Si nos situamos justamente frente a la cara oeste del pilar descubrimos tallado en la piedra bajo un arco apuntado lo que parece ser dos blasones separados en el centro por un florero con flores. Según he podido leer se tratan de los escudos de los señores de Feria separados por el símbolo heráldico de Zafra (el jarrón con las azucenas).
 Bajo esta piedra se encuentran dos caños separados por una cara en cuya boca aparece otro pequeño caño el cual en la actualidad no echa agua. De estos dos caños,  antes mencionados, brotan dos chorros de agua que llenan el segundo y más pequeño recipiente el cual, cuando está lleno, vierte a su vez en el primer recipiente a través de otro caño más grande, para su llenado.

Todo el conjunto está realizado con piedra y mármol.



Esta fuente recibe sus aguas, según nos detalla Pascual Madoz, por medio de una cañería que la toma de un manantial llamado “la madre del agua”, que está a cuatrocientos pasos de la población y es tal su abundancia que surte a una gran parte de los vecinos, al pilar de la Alameda, a una charca inmediata de 252 varas de circunferencia y 3 de profundidad (se está refiriendo a la desaparecida albuera que estaba situada al lado del actual Parque de la Paz,) destinada para abrevadero, a dos estanques y un pilar que pertenece al castillo, (eran los dos estanques ya inexistentes que estaban en las traseras del castillo y en la vecina Huerta Honda,  así como el pilarcito del patio central del mismo alcázar, que aún existe), a los conventos de Santa 
Marina y Santa Clara, a una fábrica de curtidos, a un molino de aceite, a varias casas particulares y mantiene además siempre lleno su recipiente, que es de 30 y 1/3 varas de largo y 4 y ½ de ancho. El caudal se recoge en dos tazas desiguales, unas de las cuales goza de gran amplitud para poder ofrecer el agua como abrevaderos de caballería.

En las pinturas y grabados antiguos de la villa, se observa perfectamente cómo la conducción del agua desde “la madre del agua” hasta este pilar, se efectuaba por una especie de pequeño acueducto elevado sobre pequeños arcos que, con frecuencia, era objeto de bromas y gamberradas. Para confirmar lo dicho, existe el curioso documento de un bando de la alcaldía de Zafra que data del año 1836 por el que se advierte al vecindario que respete el servicio de estas aguas, a raíz de una restauración que se hizo de todo el pilar y su cañería. Frecuentemente, se daba al caso de que unos irresponsables muchachos se subían al acueducto y ensuciaban sus aguas. Por el citado bando municipal se prohibía la rotura del caño bajo multa de 10 ducados, 2 meses de cárcel y la obligación de reparar los daños. Igualmente, no se autorizaba a que las mujeres lavasen sus ropas ni en esta ni en las restantes fuentes de la población, bajo igual pena y castigo.
Ya hemos citado que el primitivo emplazamiento de este pilar del Duque estaba en un pequeño cerrito, que se situaba a escasos metros del paredón posterior del castillo.
En el año 1948, para allanar la explanada del lugar, que con el tiempo se convertiría en la plaza del alcázar, o de los escudos, se llevó a cabo la delicada operación de desmotarlo piedra a piedra, que fueron numeradas cuidadosamente, y volverlo a instalar en el lugar en el que hoy se encuentra.

LA VIRGEN DE GUADALUPE

Esta advocación mariana se encuentra expuesta al culto en el monasterio que lleva su nombre en la provincia de Cáceres, en la localidad de Guadalupe, comarca de las Villuercas. Es patrona de Extremadura desde el año 1907.
Posee esta talla el encanto de lo popular, dentro de un arte sencillo, bastante tosco y expresa en sí misma una significación todavía más alta: una presencia quasi-sacramental, que emerge de su condición de icono sacro, lleno de fuerzas divinas misteriosas según afirma San Juan Damasceno, Padre y Doctor de la Iglesia.
La imagen de Santa María de Guadalupe, la Virgen Morena de las Villuercas, es una talla sedente, labrada en madera de cedro, de autor desconocido, de estilo románico o protogótico de finales del siglo XII. En su representación de María es Virgen Madre y como Reina está sentada sobre su trono.  Presenta a su Hijo sentado en su regazo, en actitud de bendecir. Mide la talla de Nuestra Señora 59 centímetros y pesa 3.975 gramos.
De acuerdo a las características de la época presenta frontalidad, nariz recta y mentón ateniense, grandes ojos y cierto hieratismo en las formas. Pertenece al grupo de Vírgenes Negras de la Europa Occidental del siglo XII, aunque al presentarla vestida desde el siglo XIV sufrió varias modificaciones, principalmente en su cabeza y mano derecha.


Cubre su cabeza y hombros un tenue velo blanco, como atributo de Sabiduría. Viste túnica de color verde oliva, con vueltas en rojo bermellón, sobrecuello y en empuñaduras, puntillas bordadas en hilos de oro. Un manto de color ocre-marrón cubre parte de sus hombros y piernas. Ostenta sus pies calzados 
con zapatos puntiagudos de color negro, pisando, no el estrado de su sede, sino una pradera o huerto cerrado, de verde frescor, símbolo de su vida interior, mística. En cambio su cuello, a diferencia de su rostro y manos muestra una  encarnadura de piel clara, lo que puede hacer pensar que, con anterioridad a que la Virgen fuera vestida con ricos mantos, tuviera otra tonalidad su piel.
Una muestra más de la fuerte carga simbólica que rodea a nuestra Imagen, como dice fray Sebastián, es la decoración natural: cuatro flores tetra lobuladas, dos en el pecho y una debajo de su mano derecha, símbolo de su triple virginidad: antes del parto, en el parto y después del parto, y otra en la parte inferior de su túnica, signo de su poder celestial.
Presenta además la Imagen, la mano izquierda entreabierta y apoyada sobre su rodilla, en actitud de protección hacia su Hijo, mientras la mano derecha fue sustituida en el siglo XV por la que actualmente tiene, completamente  distinta, hecha para empuñar el cetro, la unión esta revestida con una lámina o cincho de oro, en forma de pulsera.
Nuestra Señora de Guadalupe está sentada en su sede o trono, sin respaldar, decorado a tramos, imitando aspilleras, flores tetra lobuladas y otros motivos de estilo gótico. Su parte posterior, en cambio se encuentra sin labrar, tal como quedó cuando en el siglo XIV fue separada de su primitivo trono.
El Niño es talla sedente y encaja anatómicamente sobre el regazo de su Madre, cronológicamente es de la misma época, estilo y autor. Muestra rostro moreno de persona adulta, con larga cabellera  ondulada, que cae sobre su cuello, de piel clara, igual que su mano derecha y pequeños pies, totalmente descalzos. Viste túnica de color rojo acarminado, con decoraciones estampadas en color oro. Cae desde su hombro izquierdo un manto de color azul celeste que, cubre parte de su pecho, espaldas y rodillas, con estampaciones de flores trifolias. Muestra con su mano derecha, labrada en plata en el siglo XV, en sustitución de la primitiva, actitud de bendecir, mientras la izquierda, casi en relieve sostiene sobre la rodilla del mismo lado el Libro de la Vida, más pintado que tallado, encuadernado en rojo con decoraciones geométricas de entrelazo.

UNA INSCRIPCIÓN

“EL DIA 10 DE SEPTIEMBRE DE 1.761 SE ANEGÓ ESTE
CONVENTO Y LLEGÓ EL AGUA HASTA AQUÍ Y SE 
LLEVÓ 66 VARAS DE PARED DE LA CERCA”

En una pared del Convento de Santa Catalina, junto al mercado de abastos, en la localidad de Zafra encontramos un testimonio gráfico en forma de inscripción en piedra sobre un hecho acaecido el 10 de septiembre de 1.761.
La población de Zafra siempre estuvo expuesta  y, numerosas veces castigada, por las riadas de aguas torrenciales provocadas por las fuertes tormentas. Si el caudal fuerte de las lluvias caídas se iniciaban a la altura de la vecina sierra de los Santos, después se precipitaban con violencia ladera abajo, alcanzaban la ciudad y cruzaban por medio de las calles, arrasando a su paso todo lo que encontraban en su camino, tanto en el exterior como en el interior de las viviendas.
Por ese motivo cuando en las tardes del mes de septiembre el bochorno y el molesto calor de los últimos días de verano hacía cubrirse con negros nubarrones los cielos de Zafra, los vecinos se echaban a temblar y con razón. Y no era precisamente este miedo producido por alguna ocasión determinada y aislada, sino que solían repetirse con mucha frecuencia las tremendas circunstancias que lo originaban.
Y esto se debía a que, en un principio, la población carecía de cloacas capaces de canalizar estas tormentas y conducirlas por debajo del suelo de las calles. Más tarde, las construyeron pero éstas resultaron insuficientes en aquellas ocasiones, en las que el agua llovida era superior a la que podían contener sus cauces.
Y  la historia doméstica de esta ciudad abunda en terribles efemérides, que nos hablan de estas inundaciones con la consiguiente secuela de daños que se producían. El torrente desbocado de este elemento solía precipitarse desde la sierra, por los terrenos que hoy ocupa el ferial y cruzando por el actual puente bajo la carretera de Badajoz, se llegaba hasta el antiguo cercado conocido con el nombre de “El Conejal”, donde hoy se levantan el colegio “Pedro de Valencia”, el Ambulatorio y el Cuartel de la Guardia Civil. Allí se remansaba por unos instantes en una extensa charca, pero pronto llegaba a desbordar los muros de su cercado y se introducía en las calles de la población por las de Cerrajeros y Huelva, aumentada su fuerza por la pendiente y desnivel que ofrecen.
El pueblo, durante unas horas, quedaba dividido en dos sectores, mientras que las aguas proseguían su curso tumultuoso por la calle de la Fuente Grande y se lanzaban contra los muros del convento de Santa Catalina. Hasta principios del siglo XIX no se construyó el Mercado de Abastos, y todo su actual terreno formaba parte de la huerta de las vecinas monjas. Una simple tapia la cerraba, y contra esta pared, oponía su poderosa fuerza el caudal desbordado. La iglesia y las edificaciones del mismo convento también se anegaban y las religiosas tenían que ponerse a salvo, subiéndose al coro alto del templo.
Pero la tapia de la huerta monacal no pudo siempre resistir, con las piedras de sus muros, este embate de las aguas y, en alguna ocasión, se derribó con gran estrépito. De esta circunstancia nos podemos enterar si nos detenemos a leer dicha inscripción que todavía hoy se conserva en la parte derecha sobre una piedra de la actual fachada del mercado, colocada a unos dos metros de altura. En ella se dice que hubo una inundación del convento el día 10 de septiembre de 1761, alcanzando el nivel de las aguas la altura de esos dos metros. Se añade, que con la fuerza de la corriente, se derrumbó la pared en la longitud de 66 varas, es decir, más de 50 metros.
El siguiente ejemplo de inscripción es todo lo contrario que la anterior, esta se hizo para dejar constancia de la salida del Santísimo Cristo del Rosario en rogativa para que lloviese.

UNA BUJARDA




La arquitectura tradicional ha sido una respuesta a las necesidades físicas y espirituales de un colectivo, de una comunidad, creando unos modelos arquitectónicos originales en razón de su experiencia histórico-cultural y por las adaptaciones ecológicas propias de cada territorio. Y uno de los modelos más singulares de la arquitectura tradicional de Extremadura es el chozo, al ser un excelente ejemplo de adaptación arquitectónica al medio natural, en el que no desentona ni por la escala ni por los materiales que fueron extraídos directamente del lugar y sufrieron pocas transformaciones para su puesta en obra.
En un sentido amplio, se denominan chozos a todos aquellos espacios de habitación permanente o temporal de pastores y campesinos que reúnan   las mínimas condiciones de habitabilidad, a veces ninguna, si los observamos desde la óptica del modo de vida actual.
Son unas construcciones de un alto sentido utilitario; edificios sinceros, exentos de ornamentación, que nos muestran sin pudor su sistema constructivo y donde los materiales utilizados marcan el carácter y definen la forma. En eso reside la profunda verdad de esta construcción rural.
El modelo constructivo del chozo reúne una serie de características que lo han hecho idóneo en el mundo rural: una sorprendente autonomía de ejecución capaz de dar respuesta (y con bajo coste) a las necesidades de proporcionar una habitación temporal o permanente. Y como las tierras y gentes extremeñas, se han desenvuelto en un universo eminentemente rural, el chozo fue utilizado de forma generalizada como habitación permanente o temporal, como albergue o refugio, como almacén o establo.

TIPOS DE CHOZOS EN EXTREMADURA

La tipología de los chozos extremeños responde en su generalidad al siguiente esquema constructivo: edificación de planta circular o redondeada, paredes de piedra levantadas de acuerdo con la técnica de “piedra seca”, de poca altura y escasos vanos, cerradas en unos casos por una falsa cúpula y en otros por una cubierta vegetal o con una techumbre de tejas. También ha existido otro tipo de chozos, los hechos enteramente de materias vegetales y podían ser fijos o móviles, pero debido a los materiales perecederos de que están hechos su prolongación en el tiempo es corta, aunque en algunas localidades se continúan fabricando para determinadas fiestas y eventos culturales.
Por ello según los materiales empleados en su construcción, distinguimos cuatro tipos:

Hechos enteramente de materias vegetales:

Su planta es circular y se levanta formando una estructura cónica o cupuliforme con varas y rollizos de madera, posteriormente se cubre con ramajes u otras materias vegetales que son cosidas al armazón de la estructura, principalmente de escoberas, eneas, juncos o bálago de centeno. 
Los chozos portátiles de estructura trenzada de paja formando una sola pieza cuya particularidad era su utilización para ser transportados, por lo que se llamaban “chozos de muda”.

Paredes de piedra y  cerrados con cubierta vegetal:


Los chozos de este tipo son construcciones de planta circular con paredes de piedra y cubierta vegetal de forma cónica, realizada con rodillos de madera y bálago de centeno o ramajes diversos como escobas, “juncias” y helechos, sostenida acaso por un poste central. Son conocidos por “chozos de horma” porque los muros del habitáculo fueron levantados según la técnica de piedra seca, es decir, piedra sobre piedra sin utilizar ningún tipo de aglomerante para trabarlas.


Construidos íntegramente de piedra:

Son los chozos construidos íntegramente de piedra granítica o
 pizarrosa, que presentan una planta circular o redondeada, cuyas paredes se van cerrando y forman una falsa cúpula por el procedimiento de aproximación de hiladas del mismo material que los muros.




Paredes de piedra y techumbre de teja:

Su esquema constructivo es el siguiente: planta oval o circular y paredes de piedra, adobe o ladrillo. La cubierta se realizaba con un armazón de palos sobre la viga cumbrera que se cubría con tablas, cañizo, escoberas o “ripias” (pequeños palos generalmente de madroñas) y en muchos casos, además, se colocaba encima una gruesa capa de barro para una mayor impermeabilización de la cubierta. Finalmente la construcción era techada con teja curva árabe y  a vertiente de la cubierta podía estar a una o dos aguas. En algunas comarcas, como en La Siberia, se los denomina “chozos de teja” y normalmente todos tenían chimenea. En la pared interior suele haber alacenas empotradas, y generalmente de un solo anaquel, que servían para la colocación de alimentos y cacharros, así como bancos adosados construidos con mampuestos graníticos.
Excavaciones arqueológicas en diversas partes de Extremadura y la  península, como las efectuadas en el yacimiento arqueológico Cabrerizas (La Cumbre, Cáceres) han venido a demostrar  que en Extremadura, hacia finales del III milenio a.C. se había introducido un tipo de construcción a la que puede considerarse como la verdadera precursora de la vivienda agro-pastoril en su acepción constructiva más clásica: el chozo.
Por ello el chozo es, en nuestra tierra, una tradición continuada a lo  largo de los siglos y hasta fechas muy reciente, es un patrimonio que reúne los    criterios que justifican su valor universal excepcional como simbiosis de características culturales y naturales, ya que constituye un sobresaliente ejemplo de ocupación del territorio. El chozo es por tanto un valioso legado cultural de nuestros antepasados, un testimonio histórico del pueblo extremeño y parte del acervo cultural de Extremadura.
De todo lo anteriormente expuesto podemos decir que el chozo forma parte del paisaje rural de las tierras extremeñas, lo encontramos en la sierra y en el llano, en la dehesa y en la vega. Con diferentes nombres y pequeñas variantes arquitectónicas, los chozos existen en todas las comarcas extremeñas: “chozos”, “chozus”, “chozuelos” y “chozas”, en muchas localidades; “chafurdóns”, en Eljas y Valverde del Fresno; “chajurdonis”, en Acebo; “zajurdonis”, en varias poblaciones de la Sierra de Gata; “batucas”, en la comarca de las Villuercas; “bóvedas” y “garnachos”, en el Valle del Ambroz; “bujardas”, en Llerena, Tentudía y otras comarcas de la Baja Extremadura; “bujíos”, en los Llanos de Cáceres y la comarca de Alcántara; “bobias”, en Garrovillas de Alconétar; “corralás”, en Torrequemada y pueblos próximos;”murus”, en Tierras de Granadilla; “torreones”, en Cañaveral; “torrucas”, en la vertiente extremeña de Sierra Morena, etc. En todas las comarcas extremeñas aparece la sempiterna imagen del chozo, siendo por ello, sin lugar a dudas, la construcción rural tradicional más emblemática y representativa de Extremadura.

LA ALCAZABA DE MÉRIDA



La alcazaba de Mérida es una de las fortalezas más antiguas construidas por los musulmanes tras la invasión de la península Ibérica. Una lápida conservada en el Museo Arqueológico de la ciudad señala como fecha de construcción el año 220 de la era musulmana en tiempos del emir Abderahman II, el año 835 de nuestro calendario. En la misma se superponen restos de varias épocas, romana, visigoda, árabe y cristiana.

En el año 834, la población berebere se amotinó contra el poder y se hizo fuerte en Mérida. Una vez sofocada la rebelión, mando destruir la antigua muralla romana y un barrio de la ciudad; lugar que destino para erigir la nueva fortaleza.
La alcazaba se sitúa junto al río Guadiana que le sirve de defensa natural en uno de sus lados, justamente a la salida del puente romano. El lugar que ocupa es poco accidentado, con un desnivel de unos 10 m. Sigue el esquema de las fortificaciones Omeyas. Su planta es un cuadrilátero algo irregular, de unos 132 x 137 m.
Su fábrica es de grandes sillares, muchos de ellos reaprovechados y de acarreo procedentes de edificios y ruinas romanas, jalonándose sus cuatro flancos con torres o cubos adosados, de sección cuadrada como era costumbre en las murallas romanas, más algunas albarranas situadas en el lado oriental, consideradas por algunos coetáneas del conjunto de la alcazaba y por otros como obra posterior.
A  la salida del puente, y adosado a la alcazaba se construyó un recinto rectangular de 19,60 x 32,40 m. Este espacio controla el acceso tanto a la ciudad como a la fortaleza desde el puente. Se realizó de una forma rápida, utilizando para ello los materiales que estaban más a mano, procedentes de edificios romanos y visigodos destruidos. Entre estos materiales dominan los sillares de granito de dimensiones irregulares dispuestos a soga y tizón, sin ningún orden. También se emplearon elementos constructivos anteriores, aras, fustes, lápidas, modillones, y como aglutinante usó argamasa.

El acceso principal a la alcazaba se realizaba desde el recinto que vigilaba el puente, a través de una puerta enmarcaba entre dos torres, con arco de herradura poco acusado hacia el exterior, y arco de medio punto con impostas de mármol reaprovechadas hacia el interior. En esta puerta se encontraba la inscripción fundacional. Otro ingreso de similares características daba acceso a la ciudad desde el mismo recinto. En el lienzo S.E. existe otra puerta, que debió ser secundaria, fabricada con gruesas dovelas que forman un arco de medio punto.
Lo único que se conserva en la actualidad del período islámico, aparte del aljibe, es el perímetro de la fortaleza formado por lienzos y torres. Los muros de 2,70 m. de espesor aproximadamente, se encuentran forrados por dos parámetros de sillares de granito ocupando su interior, como relleno, materiales constructivos y sillares colocados sin ningún orden mezclados con argamasa. La mayoría de las torres están adosadas al muro, sus plantas son cuadradas o rectangulares, y todas ellas son macizas. Guardan similar distancia unas de otras aparentemente, situándose una torre en cada uno de los ángulos del recinto. Cinco son albarranas, aunque su construcción es posterior al resto del edificio; dos de ellas del período de Taifas y las tres restantes ya de época cristiana.
El aljibe construido por los árabes en el siglo IX, se encuentra en el interior, elemento imprescindible en cualquier fortificación para permitir la supervivencia en caso de asedio, pero que en este ejemplar de Mérida reúne además especiales calidades técnicas por el sistema constructivo empleado a base de grandes pasillos y escalinatas adinteladas y, además, por las cualidades plásticas y artísticas al estar constituido con piezas romanas y visigodas, entre las que sobresalen algunas pilastras decoradas, de gran interés, las pilastras que se disponen a ambos lados del acceso al aljibe son de época visigoda.
En 1229 los cristianos al mando de Alfonso IX reconquistan la ciudad y es entregada a la Orden de Santiago, quienes establecen una Encomienda como centro administrativo que obligará a la realización de obras diversas para atender a las nuevas necesidades, las más importantes se realizan en el último tercio del siglo XV. Entre ellas se encuentran obras de fortificación, con actuaciones en la muralla, acotando el ángulo nororiental con la construcción de un gran muro de sillería y la construcción de distintas torres, entre las que destacan la del Homenaje construida en el año 1480 por el Maestre don Alonso de Cárdenas  y la de los osos; un pequeño templo, un aljibe y aposentos residenciales y administrativos de la Encomienda se citan también entre los elementos del conjunto.
Debido a las obras llevadas a cabo en la Sede del Priorato de San Marcos de León, se traslada entre los años 1563 y 1600 a la alcazaba de Mérida, para ello se acondicionó la misma. Con este motivo se reforma nuevamente todo el ángulo nororiental de la alcazaba, en la parte exterior de la misma se edifica una nueva iglesia que pudiera atender más desahogadamente las necesidades religiosas de la Conventual, y en el interior se construyen diversas dependencias conventuales en torno a un nuevo patio claustrado.
El nuevo claustro renacentista, cuadrangular, dispuesto en dos pisos, con arcos de medio punto sobre columnas y capiteles clasistas, fundiéndose la dedicación militar, administrativa y religiosa en un mismo edificio;  la administrativa y de representación han sido recuperadas al instalar en el edificio la sede de la Presidencia de la Junta de Extremadura.
Forma parte del sitio Patrimonio de la Humanidad denominado “Conjunto Arqueológico de Mérida”.